jueves, 1 de abril de 2010

LA OMNIPRESENTE AUSENCIA DE SENTIDO COMUN

¿Se le ocurriría a usted comer unas ostras sabiendo que están en mal estado? ¿Se lanzaría a 120 por una autopista sabiendo que los frenos no funcionan? Creo que cualquiera con dos dedos de frente mide los riesgos antes de hacer algo: no sé si por instinto o por proceso lógico.

En las empresas nos enfrentamos a diario, a tomas de decisiones fruto del devenir de nuestra actividad. Desde comprar a un proveedor u otro, a contratar a una persona u otra, hasta si lanzar la producción de un pedido antes de tener la confirmación o esperar a ésta. Lo cierto es que, en un importante porcentaje se suelen optar por opciones “no fatales” independientemente que pueda haber opciones mejores que las elegidas. Lo que está claro es que mejor o peor, pero las empresas van progresando de forma más o menos exitosa.

Hoy conversando con un amigo en las pausas mientras peloteábamos en un frontón comentábamos cómo había sectores que estaban realmente viciados. Uno de ellos es de forma clara y rotunda, el del automóvil. Nos hallamos ante multinacionales que nos han demostrado con hechos, más que probados, que tienen un modelo de gestión inoperante que les ha llevado, a la mayoría, a la ruina. Han sido modelos que han pasado por buenos momentos pero, que plasman de forma más que evidente, su insostenibilidad. Cuando han producido beneficios “gastronómicos” no han pensado en repartirlos con nadie, pero si han pedido, por no decir amenazado, a los estados “sopitas” ante la posibilidad de enviar a las colas del paro a cientos de miles de personas.

Pero ante éste modelo de gestión altamente ineficaz no solo se niegan a abandonar, sino que además quieren imponer a sus pobres proveedores. Resulta que después de reconocer que un porcentaje cercano a 25% de sus proveedores han tenido que cerrar, ahora piden más esfuerzos en mejoras de productividad. Es cafkiano: arruinan a cientos de empresas, envían a miles de personas a la calle y tienen el morro de pedirle a estos proveedores que rellenen los agujeros producto de sus errores de gestión.

Cegados por “iluminados” que les invitan a lanzar docenas de modelos y variantes por año no son conscientes del coste real de estos lanzamientos: moldes, desarrollos, homologaciones, coste de series cortas, incremento de referencias y complejidad de procesos,... De esta forma no hay Dios que sea capaz de ganar pasta de verdad. Si todo va bien (es decir si estamos en épocas de consumo desmedido) miel sobre hojuelas, pero no son conscientes que ese ritmo es insostenible y coyuntural.

Lo malo es que al final el que paga es el eslabón débil de la cadena: ese proveedor que ha creado su empresa con cien trabajadores, que ha puesto todo su patrimonio,... y que si acude al gobierno de turno, ni le reciben. Si quien llama a la puerta del presidente de comunidad de turno es un fabricante que le dice: diez mil directos y cincuenta mil indirectos y mis impuestos... ¿me ayudas?

Señores: hemos perdido el norte. No aplicamos el sentido común. Cierto es que gestionar grandes empresas es complejo y necesita de muchos técnicos y conocimientos, pero no olvidemos el sentido común. Yo les invito a que recuerden esto a todas las personas de su entorno, a sus jefes, compañeros, colaboradores,... Evangelicemos y reivindiquemos el sentido común ya que su ausencia se está convirtiendo en omnipresente.