lunes, 30 de agosto de 2010

EERORES EXPONENCIALES


Desde la actividad consultora he corroborado algo que siempre tuve claro: los toros se ven mejor desde la barrera y el fútbol desde el sillón de casa por la televisión.

Por mi actividad, me enfrento a muchos casos en los que los protagonistas no son conscientes de la situación real de sus empresas. Desde esperar reacciones del mercado o los bancos con criterios de apreciación caducos, hasta casi esperar el milagro. Los paradigmas y reglas del juego del mercado y sobretodo de las entidades financieras, han cambiado de forma radical y lo peor es que no pedimos ayuda. Al final los que lo tienen fácil son o los de la vieja escuela (aquellos empresarios que no han endeudado sus empresas) y los que tienen las arcas llenas (grandes corporaciones con grandes recursos propios).

Ni los clientes piensan como antes: han bajado sus ventas, sus márgenes y hasta sus plantillas. Esto supone menos dinero en caja y sobretodo menos personal, con lo que baja el nivel de servicio y sobretodo sube el stress de los equipos. Por otra parte, la banca no anda sobrada de liquidez y tiene unas cuentas en las que los créditos e hipotecas pesan mucho en sus balances, por otra parte los diferenciales han bajado, lo que les hace “menos amables” al ser mas estrictos con sus comisiones; no están para tirar cohetes ni para dejar dinero a precios “razonables”. Hablando con un director financiero de una empresa saneadita, me comentaba que sus gastos de operativa bancaria se habían multiplicado por dos desde el 2008 y eso que presentan los recibos al vencimiento y negocian poquito.

Lógicamente los errores de gestión frutos de errores de apreciación basados en un mercado que se recuperaría en un ratito (no había mas que escuchar al presidente del gobierno) han errado el tiro de pleno. No han preparado a sus organizaciones para la que se nos ha venido encima y sobretodo para aguantar el periodo de recuperación. No olvidemos que nos costará mucho llegar al nivel de ventas y consumo del 2007 y 2008, por lo que no podemos plantearnos escenarios similares y sobretodo no podemos afrontarlos de la misma forma.

Los errores que hemos cometido por los ya mencionados fallos en nuestras apreciaciones sobre el mercado y las reacciones del mismo, nos han metido en una espiral de errores exponenciales. Hemos tomado medidas de parche en lugar de medidas estructurales. Puede que en algunos casos no hubiese otra solución, pero lo que está claro es que terminar una carrera de formula uno con un parche en la rueda es complicado y precisa de una pericia fuera de lo común.

El otro día, analizando los últimos 24 meses de una empresa, no podía por menos que hacerme cruces. Una empresa que históricamente había ganado dinero, pero que morirá de éxito. Ese éxito que le hizo sobredimensionarse y, lejos de buscar maximizar la productividad y compromiso de sus colaboradores, fue inflando la plantilla hasta niveles insospechados. Como agravante, podemos decir que dicha plantilla se infló no con grandes profesionales que permitiesen dar un impulso a la actividad, se hizo con personas cercanas, amigos… Muy loable querer compartir tu éxito con tus seres allegados, pero muy delicado ya que pones en peligro la nave: desmotivas a los buenos que tienes a bordo, cargas de lastre la cuenta de resultados y te conviertes en una organización ineficiente y laxa.

Si a eso le sumamos que, ante la falta de resultados acorde con las necesidades, nos endeudamos para afrontar proyectos futuros, sin tener los recursos claros, identificados y sobretodo asegurados… llegamos a una dramática situación tanto en lo empresarial, como en lo personal. Afrontamos un cierre seguro, un drama familiar y sobretodo unas pérdidas irreparables en la moral del equipo. Les costará mucho recuperar la ilusión y ganas de luchar y posiblemente lo harán forzados por la situación y gracias a enormes esfuerzos personales.

Esto es lo que yo llamo una cadena de errores exponenciales. Uno te lleva a cometer dos, que te abocan a cuatro, a dieciséis,… a tantos que hacen la nave ingobernable. Igual que no conozco ningún marino al que no se le encojan las entrañas al ver un naufragio, o a ningún amante del campo que no trague saliva ante un incendio forestal, no creo que haya ningún empresario de bien, que no sienta dolor cada vez que una empresa cierra.

Una empresa no es un ser vivo, pero si el producto de muchos seres vivos que la cargan con sus emociones, esfuerzos, entusiasmos,…

Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va.